Durante 2024, el sector energético argentino experimentó una evolución que lo reposicionó como protagonista central del entramado económico nacional. Impulsado por el crecimiento sostenido de Vaca Muerta, alcanzó una participación del 6,6% en el Valor Agregado Bruto (VAB), el nivel más alto desde 2006, según un informe reciente de la consultora Economía y Energía.
Uno de los principales motores de este avance fue el desempeño exportador: las ventas externas de energía alcanzaron los USD 9.677 millones, equivalentes al 12% de las exportaciones totales. Para 2025 se prevé que superen los USD 10.700 millones, consolidando al sector como generador neto de divisas y eje estratégico de la macroeconomía.
A la par, las importaciones energéticas siguen bajando: en 2025 se proyectan en USD 3.221 millones, un 20% menos que en 2024 y solo una cuarta parte del pico de 2022. Esta tendencia robustece la balanza comercial del rubro, que mostró un superávit de USD 5.668 millones en 2024 —el mayor desde 2006— y podría escalar a USD 7.500 millones este año.
El impacto también se ve en el empleo: el sector energético generó 128.255 puestos registrados en 2024, la cifra más alta en dos décadas, con un impulso fuerte en actividades vinculadas a la extracción de petróleo crudo y gas natural.
Otro dato clave es el retroceso de los subsidios. En 2024 sumaron USD 6.252 millones, un 35% menos que el año anterior, y representaron apenas el 1% del PBI, el nivel más bajo desde 2009. En el primer trimestre de 2025, la tendencia se acentúa: se desembolsaron USD 370 millones, un 44% menos que en igual período de 2024. Las estimaciones ubican el gasto anual en torno a USD 4.433 millones, lo que implicaría un peso de solo el 0,7% del PBI, el más bajo desde 2007.
Estos datos marcan una transformación estructural del sector energético, que dejó atrás su rol como fuente de desequilibrios externos y fiscales para convertirse en un aportante neto de recursos y estabilidad. La consolidación de Vaca Muerta, junto con una política más eficiente en subsidios, explican buena parte de este giro.
Las proyecciones también se nutren de voces del sector. El ex ministro de Energía, Juan José Aranguren, advirtió que “si no tuviéramos Vaca Muerta, estaríamos en el horno”, y subrayó que ese yacimiento ya aporta el 60% del petróleo y el 70% del gas del país.
Por su parte, Horacio Marín, presidente de YPF, anticipó que las exportaciones de gas y petróleo podrían trepar a USD 30.000 millones anuales hacia 2031, si se completa el desarrollo de Vaca Muerta y se avanza en infraestructura clave como el oleoducto Vaca Muerta Sur y nuevas plantas de licuefacción.
Este panorama auspicioso, sin embargo, no está exento de obstáculos. El interés de inversores extranjeros es evidente, pero su concreción está condicionada por dos variables decisivas: el levantamiento del cepo cambiario —que limita la repatriación de utilidades— y la definición del rumbo político tras las elecciones legislativas de 2025.
La atracción de inversiones requerirá un entorno regulatorio previsible y herramientas como el Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), junto con señales claras sobre estabilidad macroeconómica. Solo así Argentina podrá capitalizar el potencial de su matriz energética y consolidarse como un jugador relevante en el mercado global.
